miércoles, 23 de marzo de 2016

Pequeña Historia de la costura: la aguja y el hilo


Nos han acompañado toda la vida, desde los primeros recuerdos, como símbolo clásico de la costura y la confección de ropa. La aguja y el hilo forman parte del acervo cultural humano como herramientas básicas para cualquier sociedad, y que todos reconocemos al instante pero, ¿cuándo se inventaron? Hoy, La Llar Artesanos te lo cuenta.


La aguja y el hilo se utilizan básicamente para unir piezas de telas, pieles u otros materiales entre ellas. Podemos pensar que estos objetos se inventaron cuando el Ser Humano comenzó a utilizar las pieles de los animales que cazaba, pero la realidad es algo diferente.

Homo erectus vestidos con taparrabos de piel.


La primera especie humana que utilizó las pieles como vestimenta fue probablemente Homo erectus, que ya habría perdido gran parte de su pelo corporal y, al expandirse a latitudes superiores, más frías, necesitaba prendas para evitar la pérdida de calor corporal. La invención de los raspadores de sílex, que se utilizaban para limpiar y curtir las pieles, marcarían este momento hace casi un millón y medio de años. 

Sin embargo eran prendas muy sencillas, aprovechando las pieles enteras o grandes piezas separadas, sujetas al cuerpo con otras tiras de piel o tendones. 


Ropa neandertal, más compleja.












El desarrollo de vestimentas más complejas va aparejado a la propia evolución humana y al entorno que habitaban, y sabemos que el clima, por ejemplo, era más frío que en la actualidad, con varios períodos glaciares intercalados con breves etapas cálidas. Los neandertales, hace 200.000 años, ya vestían túnicas y capas realizadas con trozos de piel que eran cosidos entre ellos con largos tendones de animales o tiras de cuero. Es probable que las primeras agujas aparecieran en este momento, y que fueran de madera, pues no se han conservado restos de ellas. 
Reconstrucción de la vestimenta de Ötzi, el hombre del Calcolítico
 (hace 5000 años) cuya momia y objetos personales se encontraron
excepcionalmente conservados en un glaciar del Tirol.



Y entonces llegamos nosotros, los Homo sapiens, y con nosotros llegó la revolución: hace 20.000 años ya sabíamos fabricar hilos y cordajes con fibras animales y vegetales, que servían para coser piezas más pequeñas de piel (aprovechando al máximo las de animales pequeños como conejos, zorros, hurones, etc), aumentando la eficiencia y complejidad en diseño de la ropa. También empezamos a coser pieles para otros usos, como bolsas, tiendas de campaña, contenedores de agua, canoas, y un etcétera muy largo.

Y claro, hacían falta agujas de buena calidad, resistentes y de puntas afiladas. Las primeras que encontramos en los yacimientos son de hueso o asta de ciervo y en algunos casos, de marfil. Están tan bien diseñadas, que apenas han cambiado en tantos miles de años: agujas con ojo, agujas sólo con punta, y en algunos arpones de hueso podríamos incluso identificar la forma de las modernas agujas de ganchillo. Y por supuesto, se utilizaban para tantas cosas como hoy en día: costura, caza-pesca, cosmética, medicina, adorno personal…









Aguja de hueso de Altamira.

Con el Neolítico (VIII Milenio antes de Cristo) se desarrolla la tecnología del hilado de fibras animales (lana) y vegetales (lino), y su tejido posterior en telares manuales. El trabajo con la tela hace que se inventen agujas con cabeza (alfileres) para hacer composturas previas al cosido, y al mismo tiempo, las agujas de coser se adelgazan para trabajar con hilos de menor grosor y para permitir trabajos delicados como el bordado.






Telar manual neolítico.

La siguiente evolución de la aguja llega con la invención de los metales, que permiten el diseño de agujas curvas para trabajos específicos y con una mayor resistencia a la rotura o la pérdida de filo, y facilitan su fabricación. Primero en cobre, después en bronce, en hierro o en acero, actualmente encontraremos agujas diferentes para decenas de trabajos distintos, pero basadas en aquel diseño inicial de la Prehistoria.






Agujas de hueso romanas.








Agujas metálicas actuales.
















De la misma forma, la manufactura del hilo se ha basado en el peinado de las fibras, ya sea lana, lino, o algodón, con el objetivo de enredarlas entre ellas, creando pequeños filamentos. posteriormente, estos filamentos se estiran y enrollan entre ellos nuevamente, creando un hilo o fibra contínua y resistente. El primer torcido del hilo se debió hacer a mano, aunque no tardamos en inventar herramientas que nos facilitaron la tarea: el huso y la fusayola se utilizan a modo de peonza, para retorcer y girar el hilo con el mismo movimiento circular. El hilo resultante se va enrollando alrededor del huso, formando un carrete o bobina. Posteriormente se inventaría la rueca, que utiliza el mismo principio que el huso, mecanizándolo. 

Hilado manual con huso y fusayola.
Hilado manual con rueca.



















El paso del tiempo ha cambiado poco el proceso de hilado, y las novedades se han dado debido al descubrimiento de nuevos materiales, como el algodón, la seda, o las fibras sintéticas de las últimas décadas, buscando ante todo un aumento de la resistencia y la durabilidad de los hilos, y manteniendo el concepto original que inventamos en el Neolítico.

 Y es que, si los diseños de la aguja y el hilo siguen siendo válidos después de tantos milenios, ¿Para qué cambiarlos?

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